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Cultura
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Desde el Jergón
Publicado el 15 de Diciembre de 2020, Martes

J.J. Caballero

Peñarroya-Pueblonuevo - Cultura -

Es todo perfecto hasta que no se demuestra que en verdad lo era. O lo será, o lo estaré, o lo estaremos, o lo serán. Ser equivale a parecer, porque nada es lo que parece. O sí. En la duda están los rasgos eidéticos, que no se refieren sino al ser mismo. Pura filosofía, o palabrería si lo prefieren. Nada volverá a ser como será si no ponemos la enfermedad por debajo del remedio. Las lecciones aprendidas se tornan irremediablemente cotidianas cuando los de arriba siguen empujando a los de abajo, sin haber sido vecinos ni haber intercambiado más de tres interjecciones después del desayuno. Sería pérfido entablar conversaciones que no van a ninguna parte, aunque bien mirado… ¿Acaso no es eso lo que llevamos escuchando desde hace ya demasiado tiempo?

                Pongamos el apósito a tiempo de que la herida sane, o subsanemos el propósito después de que la vida sangre. Da tiempo a pensar, repensar y post pensar, pero no se ha parado a tiempo el pensamiento y la ignorancia campó a sus anchas sin que nadie la detuviese a tiempo. Hay salmos que más parecen salmodias e historias que más parecen memorias. A todo esto, si hay alguien que sepa a qué nos referimos cuando señalamos a los de siempre que levante la mano y esconda la piedra, para mejor arrojarla luego a los miles de energúmenos que se hacen notar solo después de gritar que sí, que ellos tenían razón al advertir que todo se iría al garete en apenas un par de días. O de horas. Agradecidos, y emocionados, y entontecidos, y amainados. El carácter no da para más que unos cuantos pensamientos brumosos discernidos entre el humo de miles de cigarros a medio consumir. Abran la puerta y salgan por la ventana. Cierren el baúl y escóndanse bajo la mesa. Sientan que nadie siente ya como antes.

                Ufanos y afanados los niños vuelven a la escuela de la vida, como si se tratase de un perfil inconcreto en una red social para los catetos del corazón. A la universidad ya fueron muchos, y muchas veces sin tener en cuenta las cuentas de la razón. Todos a cantar y sacar la cabeza por el balcón, con la boca bien abierta y la mente mejor cerrada, para que la disciplina nos mantenga en la misma casilla de salida y nada pueda cambiar para siempre. Cuánto impudor roto en la antesala del dolor, cuánta gente sin hogar buscando un bar de guardia sin unas deudas que saldar. A las dudas otra vez nos remitimos, a las duras y maduras de nuevo nos resistimos, con la nueva luna de diciembre de otra forma nos aburrimos. ¿Que todo va a ser diferente? ¿Es que alguna vez ha sido igual?

                Hemos de robustecer las ideas agotadas y hacer de las nuevas la fuerza que no llegó a impulsarnos en el pasado. Hay canciones que lo cuentan a la perfección, pero nadie se atrevió nunca a escucharlas con atención. Sin cabeza y con destreza. Con impureza y sin presteza. La pereza es la madre de la certeza. Concretar es exorcizar los buenos espíritus, y es una costumbre perdida que nadie se plantea recuperar. Si miramos la cinarra cubriendo el umbral y no desatascamos la entrada no podremos actuar en consecuencia ni con conciencia. Veremos cuántos deseos no cumplidos recordamos dentro de un tiempo, cuando ni hasta los fantasmas que conviven con nosotros nos pidan fuego antes de sentarse a mirarnos y desesperen de esperar. No son sino algún colactáneo perdido que ignoraba nuestra mutua existencia y se dejaron la guitarra junto a la chimenea, y ahora reivindican su derecho a cantarnos al oído sin pasión ni objetivo aparente. Las palabras son cansancio.

                Las proclamas ya no claman al cielo, solo se muestran como señeras, portavoces de una degeneración que se llama generación, aunque también podría denominarse regeneración. En el bueno o mal sentido, es lo único que nos queda a quienes aún creemos en la redención como paso a la posteridad. En serio o en broma, no hay forma humana ni divina de recuperar la fe, y las liturgias ya están pasadas de moda. ¿Hasta dónde y hasta cuándo habremos de soportarnos? 

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J.J. Caballero

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